Trump mueve ficha y el mercado tiembla
07/04/2025
La reciente ofensiva arancelaria lanzada por Estados Unidos ha sacudido los cimientos del comercio global. Con un nuevo paquete que incluye un arancel universal del 10% y recargos “recíprocos” de hasta el 50% contra 57 países, la administración Trump no se limita a redefinir la política comercial estadounidense: desafía abiertamente el andamiaje de la globalización tal como la conocíamos. A simple vista, el mensaje es claro y agresivo: América quiere competir desde una posición de fuerza.
Sin embargo, sería un error asumir que este escenario ha llegado para quedarse tal y como se ha presentado. Más allá del dramatismo retórico y el diseño maximalista de las medidas, lo que se perfila es una estrategia negociadora basada en presión, destinada a redibujar relaciones bilaterales más favorables a Estados Unidos. En este contexto, conviene mirar más allá del ruido inmediato y analizar las posibles trayectorias que este giro proteccionista puede adoptar, así como sus implicaciones para el crecimiento, la inflación y la estabilidad macroeconómica global.
El impacto económico de los nuevos aranceles puede analizarse a través de dos canales principales. En primer lugar, el canal de la actividad económica, por el cual se encarecen bienes importados, afectando negativamente a la inversión y al consumo, en particular en sectores manufactureros y exportadores. En segundo lugar, el canal inflacionario, que en Estados Unidos se presenta de forma clara: al subir los costes de los productos importados, se trasladan presiones a los precios internos, en un contexto donde la inflación ya venía cediendo trabajosamente.
A este choque se suma una dosis elevada de incertidumbre, que paraliza decisiones de inversión, distorsiona expectativas y agrava la volatilidad financiera. Sin embargo, su efecto real dependerá de si estas medidas se consolidan o si, por el contrario, sirven como punto de partida para una renegociación del orden comercial. Con esto en mente, cabe explorar los distintos escenarios posibles.
En un escenario base, que consideramos el más probable, el conflicto arancelario no desaparece, pero se modula. Tras la fase de impacto inicial, se abre paso una etapa de negociación bilateral que permite a ciertos socios estratégicos obtener exenciones o reducciones parciales. La arquitectura multilateral sigue debilitada, pero no colapsa. El comercio global se fragmenta parcialmente, pero sin desembocar en una ruptura generalizada. La economía global absorbe el golpe y se adapta.
En un escenario más adverso, el conflicto se prolonga y se intensifica. Las represalias de la Unión Europea se amplían más allá de los aranceles, afectando a sectores tecnológicos y de servicios digitales. China, por su parte, responde con medidas comerciales y financieras más contundentes. Las cadenas globales de valor se ven profundamente alteradas y el comercio internacional se reconfigura en bloques. El crecimiento global se resiente de forma generalizada. La inflación, en este caso, coexiste con una débil demanda agregada, complicando aún más la labor de los bancos centrales. Los mercados financieros reaccionan con correcciones adicionales.
Dicho esto, aunque el escenario negativo es coherente en términos económicos, su probabilidad de ocurrencia es baja o incluso muy baja, ya que es políticamente inaceptable para las partes implicadas. En efecto, el coste económico interno sería demasiado alto para Trump y no digamos ya para sus socios comerciales, que tienen mucho más que perder en el embate. Aunque algunos líderes mundiales puedan sentirse tentados de explotar la narrativa del enemigo externo para extraer rédito político, la racionalidad económica brilla por su ausencia.
Por último, en un escenario optimista, las medidas arancelarias se revelan como una jugada táctica de corto plazo, pensada para reforzar la imagen de firmeza de la administración Trump. Tras el impacto inicial, se produce una desescalada rápida y negociada, con ajustes técnicos, exenciones estratégicas y apertura de mesas bilaterales. Las relaciones comerciales se racionalizan, y aunque la globalización ya no recupera su forma anterior, se estabiliza en un nuevo equilibrio. La economía mundial recupera tracción con relativa rapidez, y los bancos centrales retoman con mayor claridad sus estrategias de normalización monetaria. La inflación vuelve a ceder con cierta fluidez. Los mercados celebran la resolución del conflicto.
Nosotros creemos que el escenario base terminará imponiéndose y que, en consecuencia, el daño a la economía será limitado y de corto plazo. La situación final será diferente a la de partida, pero no supondrá una reconfiguración total del comercio mundial. Incluso, se abre la puerta a un entorno arancelario más liviano entre Estados Unidos y ciertos socios comerciales, entre los que podría incluirse la propia UE. Las próximas semanas serán claves para esclarecer los escenarios y limitar la actual falta de visibilidad.
Como conclusión de una semana que quedará inmortalizada en los libros de historia, la globalización, lejos de haber muerto, entra en una fase más incierta, más tensa y más política. El comercio deja de ser un espacio de consenso técnico para convertirse en un campo de batalla geoestratégico.