Inteligencia Artificial: ¿Abundancia o distopía?

Álvaro Manteca, responsable de Estrategia de Banca Privada de BBVA.
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15/12/2025

Inteligencia Artificial: ¿Abundancia o distopía?

Álvaro Manteca, responsable de Estrategia de Banca Privada de BBVA, nos trae el análisis económico de la semana.
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15/12/2025

Hoy vamos a detenernos un momento en un tema que trasciende la inmediatez de los mercados, pero que, sin duda, condicionará el tono económico, social y político de las próximas décadas: la Inteligencia Artificial. Y lo haremos con una pregunta que captura, quizá mejor que ninguna otra, el debate central sobre el impacto real de esta tecnología: ¿nos conduce la IA hacia una era de abundancia o hacia un futuro distópico?

Lo primero que debemos reconocer es que estamos viviendo un periodo histórico. Las grandes disrupciones tecnológicas no son frecuentes. A lo largo de la historia moderna solo hemos asistido a unos pocos momentos realmente transformadores: la Revolución Industrial, la electrificación, la invención del transistor y la llegada de internet. La Inteligencia Artificial, en la forma en que se está desplegando actualmente, pertenece a esta categoría. Es, potencialmente, un cambio de régimen.

¿Por qué? Porque por primera vez hemos desarrollado una tecnología capaz no solo de ejecutar tareas, sino de aprender y mejorar a partir de su propia interacción con el entorno. La IA no es simplemente una herramienta más sofisticada: es un sistema adaptable cuyo rendimiento crece de manera exponencial a medida que se entrena, se expande y se conecta con otras tecnologías transversales.

Esto abre la puerta a una nueva frontera de productividad. Históricamente, cuando una tecnología reduce el coste marginal de producción —pensemos en la máquina de vapor o en internet— la economía global se acelera. La IA apunta a reducir el coste marginal del trabajo cognitivo, un ámbito que abarca desde el análisis hasta la generación de contenido, desde la programación hasta la asistencia profesional básica. Si conseguimos integrar estas capacidades de forma segura y eficiente, podríamos estar ante una expansión económica sin precedentes, liberando recursos y tiempo, democratizando servicios avanzados y permitiendo que sectores enteros funcionen de forma más eficiente.

Es el escenario que muchos consideran de “abundancia”. Una economía donde el capital cognitivo es barato, donde los servicios personalizados son accesibles para cualquiera, donde las empresas crecen de forma más ágil y donde la ciencia avanza a una velocidad inédita. Medicina de precisión, descubrimiento acelerado de fármacos, automatización masiva de procesos… todo ello está en ciernes.

Sin embargo, esta visión convive con riesgos muy reales. La velocidad de adopción de la IA supera la capacidad de adaptación de nuestras instituciones. Los marcos regulatorios, los sistemas educativos y los modelos laborales actuales fueron diseñados para ritmos del siglo 20. Y la IA se mueve a ritmos del siglo 21. Esto genera tensiones sociales, políticas y económicas.

Hay también riesgos ligados a la concentración de poder. Las grandes plataformas tecnológicas controlan la infraestructura, los modelos más avanzados, los datos y el talento. Esta asimetría puede derivar en dinámicas de dependencia difíciles de revertir. Además, la IA tiene el potencial de amplificar desigualdades, tanto entre países como dentro de ellos, creando brechas entre quienes pueden adaptarse al nuevo marco y quienes corren el riesgo de quedar excluidos.

Tampoco podemos ignorar los riesgos ligados a la información: un mundo en el que cada vez es más complejo distinguir qué es real y qué es sintético exige nuevas capacidades críticas y nuevos mecanismos de verificación. La IA puede ser una herramienta extraordinaria para la productividad, pero también un instrumento poderoso si se usa con fines manipulativos.

Entonces, ¿cuál de los dos caminos es más probable? La respuesta honesta es que dependemos menos de la tecnología y más de las decisiones humanas. La IA en sí misma no determina el desenlace: somos nosotros quienes decidimos si será un acelerador de abundancia o un generador de conflicto social. El futuro no está escrito: la tecnología empuja hacia un mundo con más capacidad, pero sin buena gobernanza ese mundo podría ser profundamente desigual.

Para un inversor, esta reflexión tiene implicaciones directas. Las compañías que se adapten más rápido a este nuevo paradigma capturarán ventajas competitivas duraderas. La productividad que puede generar la IA transformará márgenes, reducirá costes y abrirá nuevos mercados. Pero también introducirá volatilidad, porque los ganadores y perdedores de esta transición se definirán más rápido que en ciclos anteriores. Los mercados ya muestran esta sensibilidad: las valoraciones en segmentos tecnológicos responden de manera inmediata a señales de aceleración o desaceleración en la inversión en IA, y lo mismo ocurre con sectores dependientes de la automatización, de la energía o de la infraestructura digital.En este contexto, nuestra visión como inversores debe ser equilibrada. Tenemos que reconocer el potencial transformador de la IA sin ignorar los riesgos de transición. Debemos identificar las oportunidades que nacen de la productividad y al mismo tiempo gestionar los riesgos. Y, sobre todo, debemos entender que la IA no es solo una fuente de crecimiento: va a influir de forma decisiva en cómo funciona la economía, en el empleo, en las inversiones y en las decisiones de los bancos centrales.

Las próximas décadas estarán definidas por cómo gestionemos esta transición. Somos, en cierto sentido, afortunados: pocas generaciones han vivido un momento histórico de esta magnitud. Pero también somos responsables de interpretar este cambio con lucidez y prudencia. La Inteligencia Artificial puede conducirnos a una era de abundancia sin precedentes, o a un mundo distópico. La diferencia dependerá, en buena medida, de cómo decidamos utilizarla.