¿Quién podría haber pensado que cerraríamos el mes de noviembre en positivo?
¿Quién podría haber pensado que cerraríamos el mes de noviembre en positivo?
01/12/2025
La semana que dejamos atrás ha sido especialmente reveladora. No solo porque los indicadores de riesgo han girado con fuerza hacia terreno claramente favorable, sino porque se ha confirmado con hechos lo que ya apuntábamos hace una semana: la corrección previa no era el inicio de un cambio de tendencia, sino una purga necesaria para depurar excesos especulativos acumulados en torno a la inteligencia artificial. Hoy vemos, con la perspectiva que da el movimiento de estos días, que el mercado sigue reconociendo ese episodio como lo que fue: un ajuste técnico dentro de un ciclo aún constructivo.
La renta variable global protagonizó un rebote amplio y homogéneo. Hace tan solo unos días, el mes de noviembre transcurría con pérdidas bursátiles relevantes y parecía que los índices globales no podrían evitar el primer retroceso mensual desde el pasado mes de marzo. Asombrosamente, el tropiezo no ha llegado a producirse y el repunte bursátil de la última semana ha sido suficiente para que las principales bolsas mundiales encadenen su octavo mes consecutivo de avances.
Estados Unidos volvió a liderar la recuperación. El S&P 500 avanzó más de un 3% en la semana, mientras el Nasdaq se acercó al 5%. Buena parte de esta reacción se explica por dos catalizadores: la creciente convicción de que la Reserva Federal recortará tipos en diciembre y la reactivación del entusiasmo inversor en torno a la inteligencia artificial, tras las novedades presentadas por Alphabet: el lanzamiento de su modelo Gemini 3 devolvió confianza al sector y fue interpretado como una señal clara de que la innovación mantiene su ritmo.
Europa acompañó la tendencia, aunque con menor intensidad. El EuroStoxx 50 avanzó cerca de un 3% y los índices nacionales cerraron en positivo, con un Ibex 35 de nuevo destacando por su composición cíclica y acumulando ya más de un 40% en el año. Aun así, el apetito por renta variable europea se percibió más como un reflejo de lo que ocurría en Estados Unidos que como un movimiento impulsado por catalizadores propios.
Un análisis más amplio del entorno de mercado confirma por qué seguimos manteniendo una visión constructiva sobre los activos de riesgo. El trasfondo macroeconómico continúa avalando esta postura.
En primer lugar, la transición del ciclo económico sigue siendo ordenada. La desaceleración en Estados Unidos sigue su curso sin grandes sobresaltos: el consumo se modera desde niveles elevados y el mercado laboral pierde fuerza, pero no cae en picado. Es un equilibrio compatible con un escenario de “Ricitos de Oro”: lo suficientemente frío como para permitir la desinflación, pero no tan frío como para dañar los beneficios empresariales.
La desinflación, por su parte, avanza lentamente. En la eurozona, la inflación agregada se mantiene cerca del 2%. En Estados Unidos, aunque los datos oficiales han sufrido retrasos por el cierre de Gobierno, el IPC también apunta a un descenso gradual. Esto no significa que la batalla esté ganada, pero sí que tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo disponen ya de argumentos suficientes para recortar tipos si las circunstancias lo requieren. Esta red de seguridad monetaria actúa como un potente soporte para los precios de los activos de renta variable.
A este marco se suma un entorno comercial más estable. La Administración Trump ha dado señales claras de estar más preocupada por aliviar la presión inflacionista sobre los hogares que por escalar tensiones arancelarias. La rebaja de tarifas agrícolas y el tono más constructivo en las conversaciones con la Unión Europea y varios países latinoamericanos son prueba de ello. Esta relajación reduce uno de los riesgos que más incertidumbre han generado en 2025 y devuelve algo de visibilidad a las cadenas globales de suministro.
Incluso el frente geopolítico muestra un tono menos adverso. Las negociaciones en torno a un potencial alto el fuego en Ucrania comienzan a ganar inercia, aunque aún de forma muy preliminar. Será un proceso largo y complejo, pero el mero hecho de ver avances en un conflicto que había permanecido enquistado tiene un impacto psicológico y financiero no menor.
En el ámbito tecnológico, el argumento estructural sigue siendo contundente: el ciclo de inversión en redes, semiconductores, infraestructura energética y centros de datos no ha hecho más que comenzar y continuará actuando como uno de los principales motores del crecimiento global. La capacidad de cómputo se expandirá de forma exponencial en los próximos años.
Los efectos de este flujo inversor se trasladarán progresivamente al resto de la economía: desde la industria hasta los servicios, pasando por las administraciones públicas, todos los sectores acabarán absorbiendo los incrementos de productividad derivados de la inteligencia artificial. Las dudas sobre la monetización de estas inversiones son legítimas y obligan a una mayor cautela, pero no alteran el estímulo de corto y medio plazo que este ciclo tendrá sobre el PIB mundial. Además, este impulso estructural viene acompañado de un entorno fiscal expansivo tanto en Estados Unidos como en Europa.
En definitiva, los riesgos no han desaparecido, pero el equilibrio actual entre crecimiento, precios y política monetaria sigue siendo favorable para quienes asumen riesgo con criterio. Por eso mantenemos la sobreponderación en activos de riesgo. No porque estemos ante un mundo libre de amenazas, sino porque las fuerzas que sostienen el ciclo siguen intactas. Y mientras eso sea cierto, cada corrección profunda seguirá siendo, como hemos visto esta semana, más una oportunidad que un cambio de rumbo.