Alberto Soler

Psicólogo clínico 

"Debemos fomentar el pensamiento crítico y no la obediencia ciega"

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Por muy bien que lo hagamos los padres, es casi imposible que no aparezcan los celos hacia los hermanos. Las estadísticas dicen que en el 90% de los casos aparecen celos en los hermanos mayores cuando aparece el hermano pequeño. Podemos tener en cuenta algunas cosas desde el inicio del embarazo hasta la llegada del nene para poder minimizar el impacto. Hay algunos factores que hacen que puedan aparecer con más de frecuencia los celos. Cuando el hermanito que llega es del mismo sexo. O, sobre todo, entre los dos y los cuatro años es cuando es un poquito más difícil. Es recomendable hacerle partícipe todo lo posible del proceso. Fomentar mucho el contacto con la madre: Que le toque la barriga, que note las pataditas. Que participe en los preparativos para la llegada de su hermano: Montar la habitación, ir a hacer las compras. Y también muy importante el momento de la llegada, en el hospital, darle un lugar de protagonismo. Nosotros vamos a conocer a nuestro hijo o a nuestra hija, pero él va a conocer a su hermano o a su hermana. Y es un momento super importante a nivel emocional para él. Es normal que se pueda sentir un poco desplazado. El momento más delicado con los celos es cuando el bebé ya no es una lechuga que la dejas ahí en la cuna que lo único que hace es mamar, dormir y cagar. Cuando empieza a hacer gracias, cuando ya empieza a reírse, a gatear, a mostrar su autonomía. Ahí es cuando el hermano mayor, de repente, dice: “Ostras, esto es una amenaza. Empieza a hacer muchas gracias a los que tenemos aquí. Empieza a cogerme los juguetes”. Ahí es cuando, a veces, cuando cantamos victoria, de repente nos estallan en la cara. Lo tenemos que llevar con normalidad.

Los padres y las madres, las diferentes personas tenemos formas distintas de hacer frente a una misma realidad. Y con la paternidad y la maternidad ocurre lo mismo. Porque la maternidad es una experiencia y la paternidad es una experiencia distinta. Las diferencias van a surgir. Y, de hecho, de esas distintas formas de abordar la experiencia de ser padres y madres, viene la riqueza. Si pretendemos ser los dos iguales, si queremos que tú y yo hagamos las cosas de la misma manera con nuestros hijos, al final se van a perder algo. Porque se van a perder esos matices que tú, desde tu individualidad, como mujer, le puedes dar. O se van a perder esos matices que desde mi individualidad como padre se pueden dar. La participación del padre es esencial. Y no es una participación, es el estar presente.

"Las etiquetas que ponemos a los alumnos influyen en su rendimiento. Las altas expectativas hacen que los niños vivan con miedo a fallar".

El tema de las etiquetas es importantísimo. Piensa, por ejemplo, en los botes de conservas del supermercado. Esas etiquetas que tienen en el frasco se ponen muy fáciles. Una máquina las va poniendo en serie. Pero ¿has intentado quitar alguna? Es casi imposible. Lo pones debajo del agua caliente, lo intentas con alcohol, el estropajo, y es muy difícil quitar. Pues con las etiquetas que nosotros ponemos a los niños y que ponemos a otras personas, ocurre exactamente lo mismo. En el momento en que tenemos una etiqueta puesta, casi sin darnos cuenta acabamos comportándonos de acuerdo con la etiqueta que nos han puesto o que nos hemos puesto.

El sistema académico se centra demasiado en las calificaciones, en el examen, en la prueba. Y se valora muy poco el esfuerzo, se valora muy poco lo que un chaval se lo está currando día tras día durante todo el curso. Al final, sea una metodología u otra, tenemos que pasar por la prueba objetiva. Si tu hijo saca muy buenas notas, reconócele lo mucho que se lo ha currado durante el curso. No le des tanta importancia a la nota. Trata de transmitírselo como una consecuencia del esfuerzo que ha tenido. Pero, sobre todo, que ella sepa que tú no vas a dejar de estar satisfecha si las notas hubieran sido más bajas, porque tú valoras que disfrute, que aprenda, no que saque buenas notas, que valoras su curiosidad, que valoras su motivación, que valoras lo fuerte que es, la energía que tiene.

Todos queremos que nuestros hijos obedezcan. Mis hijos son pequeños, van por la calle y quiero que me obedezcan. Que les diga “para” y que se paren. Quiero que me faciliten el día a día. Pero cuando los hijos se acercan a la adolescencia se nos escapa. No acabamos de ver que las relaciones cambian. Cuando son adolescentes ya no somos nosotros esas personas inspiradoras para ellos, ya no somos su marco de referencia, sino que ellos pasan a mirar más a su grupo de iguales como el marco de referencia. Si nosotros, cuando son muy pequeñitos, les estamos educando y el centro de nuestra educación es la obediencia ciega, cuando ellos llegan a la adolescencia, van a continuar comportándose de la misma manera. Y cuando el cabecilla, el líder de su grupo les diga: “Toma, prueba a fumarte esto y ya verás qué bien”, le van a obedecer.

Más que buscar la obediencia ciega, debemos fomentar el pensamiento crítico. Eso, sin duda, es mucho más incómodo para nosotros cuando son pequeños. Porque eso implica ponernos a prueba. Eso implica tener que aguantar mucho, el mordernos la lengua, ser pacientes, estar un pasito por detrás de ellos. Pero si fomentamos ese pensamiento crítico, el que no tengan que hacer las cosas simplemente porque yo te lo digo, simplemente porque otra persona te lo dice, conforme ellos van creciendo van a tener esa capacidad para identificar las injusticias, para no sumarse a un trato injusto o vejatorio a un compañero. Para pararle los pies a una persona que quiere abusar de ellos. Para no meterse en conductas de riesgo como el alcohol, como conducir no respetando las normas de seguridad, como respetar su propio cuerpo y hacer que otras personas lo respeten. Y eso pasa por el pensamiento crítico, no tanto por la obediencia ciega. Tenemos que obedecer, sí, pero a aquellas cosas que consideremos importantes. Por lo tanto, nuestra tarea como padres es ponérselo fácil y solo exigirles esa obediencia en cuestiones de vital importancia para ellos.

Biografía

Psicólogo y Máster en Psicología Clínica y de la Salud. Co-autor del libro “Hijos de padres felices” y protagonista en el videoblog “Píldoras de psicología”, ofrece recetas acerca de la educación, alertando de problemas como la educación en la obediencia ciega, en lugar de abogar por el pensamiento crítico y la autonomía de los niños.